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    Con Macri fuera de escena, ¿se diluye el PRO y desaparece el centro político?

    El derrumbe macrista deja a muchos votantes sin representación, agrava la crisis del centro político y favorece a los extremos. Pero tal vez facilite la reconstrucción de una oferta atenta a la apertura y modernización económica como a la calidad democrática.

    Marcos Novaro
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    Marcos Novaro

    01 de junio 2025, 07:09hs
    Mauricio Macri, Fernando de Andreis y Hernán Lombardi, tres de los referentes del PRO. (Foto: TN / Juan Pablo Chaves).
    Mauricio Macri, Fernando de Andreis y Hernán Lombardi, tres de los referentes del PRO. (Foto: TN / Juan Pablo Chaves).

    Hay dos cosas que los partidos tienen que saber hacer para sobrevivir en la política contemporánea.

    Primero, desarrollar alianzas pragmáticas y respetar sus reglas y compromisos. La fragmentación del electorado y de la oferta política exige acuerdos para formar mayorías. Si los acuerdos no se honran, no se genera confianza entre los aliados, a la primera de cambios los partidos quedan aislados.

    Leé también: Milei ratificó el acuerdo con el PRO y le hizo un guiño a Macri: “No fue el culpable de las atrocidades de la campaña en la Ciudad”

    El PRO cultivó una reputación al respecto, entre 2015 y 2021, hasta que Mauricio Macri decidió rifarla, debilitando a sus aspirantes a sucederlo en el liderazgo del partido y luego abandonando a sus socios.

    Lo segundo que los partidos deben aprender a hacer es aguantar las malas rachas electorales, que son muy profundas y frecuentes en la actualidad, debido a la fluidez con que los votantes cambian de opiniones y prioridades.

    El PRO cultivó una reputación al respecto, entre 2015 y 2021, hasta que Mauricio Macri decidió rifarla. (Foto: Instagram / @mauriciomacri).
    El PRO cultivó una reputación al respecto, entre 2015 y 2021, hasta que Mauricio Macri decidió rifarla. (Foto: Instagram / @mauriciomacri).

    El PRO pareció incorporar esta lección en 2019, cuando perdió la Presidencia, pero evitó entrar en crisis. Sin embargo, cuando volvió a perder en 2023 fue distinto, porque todo lo que había aprendido a hacer hasta entonces de pronto lo olvidó: ni respetó a sus dirigentes electoralmente más destacados, ni cuidó a sus aliados, ni fue fiel a su historia y su programa. En particular no lo fue desde que Macri encaró una estrategia de seducción de Javier Milei que lo llevó a desdibujar sus diferencias con él, considerándolas meros “matices” que no debían ser “obstáculo” para un acuerdo; y cuando fracasó esa operación, quedó ya sin margen para destacar esas diferencias y convencer a los votantes de que valía la pena compartirlas y respaldarlas.

    El fondo del problema, como se ve, es que el PRO nunca pudo resolver otra cuestión, no de ahora, sino desde siempre fundamental para la vida de las organizaciones políticas: la sucesión del liderazgo. Cuando debió encararla, en 2021, Macri decidió trabarla, dilatarla y finalmente convertirla en un pantano, en el que los dos aspirantes que él mismo hasta allí había promovido se desgastaron y fueron empujados a actuar como traidores o resignarse a volver a ser solo empleados.

    Es que, finalmente, lo que sucede con esta fuerza es que nunca dejó de ser “el partido de Macri”. Puede que él mismo haya percibido que allí había un problema, y haya querido actuar sinceramente para resolverlo. Pero, por alguna combinación de sucesos y factores, no le resultó.

    ¿Podría la organización hacer, ahora que la estrella de su fundador y titular quedó gravemente mellada, lo que no pudo cuando ésta aún brillaba?

    Lo que sucede con esta fuerza es que nunca dejó de ser “el partido de Macri”. (Foto: TN).
    Lo que sucede con esta fuerza es que nunca dejó de ser “el partido de Macri”. (Foto: TN).

    Va a ser muy difícil, aunque no imposible. Porque mucha gente todavía deposita sus expectativas en ella, tanto de la dirigencia como de los votantes. Y el espacio que siempre buscó representar, una centroderecha modernizadora en lo económico y medianamente liberal y republicana en lo cultural e institucional, existe y seguirá existiendo.

    Y, sobre todo, porque no conviene apurarse a sepultar a este ni a ningún partido: ellos son, como todas las demás instituciones políticas, entidades complejas, muy difíciles de formar y sostener, muy fáciles de disolver; se tarda años en crearlas, pero pueden ser destruidas en pocos minutos, por eso mismo no conviene tirarlas alegremente por la ventana.

    De la mano del PRO o de otra denominación partidaria, o lo más probable, de una nueva combinación de actores viejos y nuevos, el centro político no va a desaparecer, seguirá teniendo oportunidades para expresarse e influir. Las propias elecciones porteñas, que parecieron sepultarlo, así lo demuestran.

    Ellas terminaron con el mito de la imbatibilidad de Macri en el distrito que lo vio nacer. Lo que quedaba de influencia y prestigio del expresidente en la política nacional también se consumió en esa batalla. Pero, a la vez, ella dejó ver que un amplio porcentaje de votantes se sigue resistiendo a elegir entre Milei y Cristina Kirchner. O ante esa alternativa y la fragmentación estéril del resto, prefiere quedarse en su casa.

    Leé también: Jorge Macri reorganizó el gabinete porteño y echó al asesor Antoni Gutiérrez-Rubí

    Entre los que no votaron (pero volverían a hacerlo si les proponen algo más atractivo) y los que optaron por versiones más o menos moderadas y en ruptura con las ofertas de la polarización, se cuenta una amplia mayoría de los porteños. Y puede que algo parecido pueda hallarse en otros distritos.

    Es curioso, porque lo que concluyó la mayoría de los derrotados el 18 de mayo fue que era hora de buscar cobijo, en las condiciones que sea, bajo el ala de Milei, que los recibirá por ahora sin exigirles se desafilien del PRO o de sus otros partidos de origen, pero sabiendo que podrá lograr que todos o casi todos lo hagan en un corto tiempo como condición para progresar a su sombra.

    El problema con esta apuesta no va a ser solo el de los cargos que puedan conservar o conquistar los migrantes. Ni las disputas de cartel y figuración con que están individual o grupalmente lidiando: como sucede con toda ola migratoria, los que más recelan de su profundización y prolongación en el tiempo son los que primero la encaran, y prefieren que se cierren las puertas a quienes perciben como indeseables competidores.

    Javier Milei recibirá a dirigentes del PRO, por ahora, sin exigirles se desafilien del partido. (Foto: X/@cristianritondo).
    Javier Milei recibirá a dirigentes del PRO, por ahora, sin exigirles se desafilien del partido. (Foto: X/@cristianritondo).

    El problema principal es que si todos los dirigentes del macrismo, más otros de las demás fuerzas de centro, se prenden en esa ola, dejarán vacante un espacio que, por más desarticulado y desanimado que esté, seguirá convocando a muchos ciudadanos. ¿No se volverá entonces una inversión muy rentable para dejarla pasar proponerse como canal de esos “huérfanos de representación”?

    En las filas oficiales temen justamente esa posibilidad. Y por eso están muy atentos a que nadie use el sello del PRO por fuera y en rebeldía contra los “acuerdos” que están negociando Cristian Ritondo, Diego Santilli y los intendentes.

    Lo que nos conduce a considerar una cuarta regla de oro que los partidos argentinos deben incorporar y practicar cuando las otras tres (las de la sucesión, las alianzas y la resiliencia frente a derrotas electorales) no les responden o no les alcanzan. Y cuya eficacia se pudo comprobar ya durante sucesivos períodos de crisis del peronismo y el radicalismo. Ella reza que es mejor un cisma más o menos civilizado y pasajero, antes que una guerra intestina que lleve a la mutua extinción.

    Dividirse, traicionar compromisos y pertenencias, y presentar listas alternativas en competencia puede no ser tan grave. Al menos mientras se mantenga abierta la posibilidad de una reconciliación, cuando las condiciones la vuelvan propicia. ¿Podría el PRO aprender a hacerlo, ahora que todos sus se han vuelto en alguna medida traidores activos o en potencia para sus pares?

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    Para eso también necesitaría dejar de ser visto y considerarse como el “partido de Macri”. ¿No se abriría acaso de ese modo la posibilidad de avanzar ahora más provechosamente hacia esa sucesión del liderazgo que no pudo procesar cuando el mito, la influencia y las ambiciones en pugna complicaron hasta volver imposible la tarea de volver al gobierno nacional?

    El propio Macri, incluso, podría entonces quedar en mejores condiciones de ayudar a que su partido y su entorno vuelvan a florecer. Porque jubilado, dejando atrás toda la carga que llevó en las espaldas durante los últimos años, podría terminar siendo más eficaz que mientras conservó pretensiones de gravitar y orientar, sino de volver a gobernar él mismo.

    En suma, si el centro político colapsó en la Ciudad no fue por falta de demanda, sino por la pobreza y la dispersión de la oferta.

    Y si ningún partido o alianza atiende a esa demanda pronto, tanto en provincia de Buenos Aires en septiembre como en el país en octubre, lo más probable es que se vuelva a alentar la fragmentación del voto, el faltazo a las urnas, tal vez también se brinde la oportunidad a alguna expresión menor de cosechar más votos de los esperados, sin mayor esfuerzo ni mérito. Y, por sobre todo, si se siguen rompiendo lazos en ese espacio, se demorará innecesariamente su reconstrucción. Una tarea que no puede dilatarse indefinidamente y que requerirá aprender de la experiencia de estos últimos años de fracasos y frustración.

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