Ricardo Barreda pasó sus últimos días internado en un geriátrico de José C. Paz, donde murió el 25 de mayo de 2020, a los 83 años. Sufría de demencia senil y de deterioro cognitivo, lo que hacía que no recordara, salvo contadas excepciones, que casi 28 años atrás había protagonizado un múltiple femicidio al asesinar a su mujer, a su suegra y a sus dos hijas.
Por el crimen que cometió el 15 de noviembre de 1992 fue condenado a reclusión perpetua. Recién salió de la cárcel en 2008, cuando fue beneficiado con prisión domiciliaria. En 2011 se le otorgó la libertad condicional, mientras que en 2016 quedó en libertad plena. Poco después, se internó con una identidad falsa en un hospital de General Pacheco, donde pasó 457 días.
Con la salud mental y física seriamente comprometidas, luego estuvo varios meses en el Hospital Eva Perón, en San Martín. En marzo de 2020, antes de que se impusiera la cuarentena obligatoria por la pandemia de Covid-19, Barreda se internó en el Hogar Geriátrico Del Rosario, donde falleció casi tres meses después a causa de un paro cardíaco. Lo inhumaron en un cementerio de José C. Paz y nadie concurrió al entierro.
Ricardo Barreda: sus últimos días y un pedido particular
Ricardo Barreda pasó sus últimos días en la más absoluta soledad en el geriátrico de José C. Paz. Allí estuvo desde el 10 de marzo de 2020 hasta el 25 de mayo de ese año, cuando murió a causa de un paro cardíaco. La única persona que lo visitó en ese establecimiento fue Pablo Marti, su biógrafo oficial.
Hasta marzo de ese año había deambulado por diferentes hospitales. “El 15 de noviembre de 2019, en el 27° aniversario del hecho, cayó viernes. Y siempre iba a verlo los jueves pero preferí esperar un día más y estar con él para evitar que alguien se le metiera en la habitación. Ese día estuvo muy mal de salud y la verdad que pensé que se iba a morir justo en esa misma fecha”, contó Marti sobre un encuentro que tuvo con Barreda en el Eva Perón de San Martín.
Fue su biógrafo quien poco después lo llevó a internarse en el geriátrico, justo antes de que Alberto Fernández decretara el aislamiento social, preventivo y obligatorio en medio de la pandemia: “Lo acompañe el 10 de marzo (de 2020) y justo empezó la cuarentena. Tuvo siete días de adaptación donde no podía tener visitas”.
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“El 18 lo fui a visitar a las 10.30 y lo vi durante 15 minutos con todos los recaudos. Lo vi totalmente rapado, sentado y atado a la silla de ruedas para que no se cayera”, recordó respecto de su primera visita a ese lugar.
Además, contó que después tuvieron una videollamada a través de WhatsApp. Según contó, Barreda le aseguró que estaba bien en ese lugar y le agradeció por todo lo que había hecho por él. Esa fue su última conversación.
Para entonces, su salud estaba completamente deteriorada. Así lo contó Daniel Otero, el dueño de ese geriátrico: “Tenía problemas en la próstata, demencia senil, deterioro cognitivo, estaba postrado en silla de ruedas y conectado permanentemente a una sonda. Estaba parcialmente ubicado en tiempo y espacio. Hubo momentos que estaba lúcido y otros en que no sabía ni quién era”.
Además, explicó que, a pesar de que no recordaba casi nada de su pasado, “a veces tenía pantallazos y les decía a las enfermeras que tenía una casa”, en referencia a la casona de La Plata en la que mató a su mujer, su suegra y sus dos hijas. Cuando lo llamaban doctor, él decía: “Yo no soy médico”.
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El último deseo que tuvo Ricardo Barreda antes de morir fue que su cuerpo fuera cremado y que sus cenizas fueran esparcidas en la cancha de Estudiantes de La Plata, en 1 y 57. Sin embargo, nunca le cumplieron su pedido: un empleado del PAMI firmó la documentación necesaria para que su cuerpo fuera trasladado al cementerio de José C. Paz. Nadie concurrió para presenciar el entierro.
